Para enfermos de aburrimiento alérgicos a la pasta de celulosa, para exiliados de bibliotecas con tiempo pero sin estantes, para marineros de la red con tendencia a hacer parada y fonda en tabernas de relatos, para viajeros de sillón y amantes de la aventura estática, para todos ellos y para ti mismo se abre esta consulta literaria, la del doctor Perring, enhebrador de palabras, zurcidor de conceptos y trazador de historias.


Tratamiento único y definitivo: tú pones los segundos, el que suscribe pone las letras...

martes, septiembre 02, 2014

Los dibujos de Laurita


Cuento breve. La violencia a través de los dibujos de una niña...


A Laurita le encantaba dibujar con los lápices de cera. No podía resistirse al placer que le producían con su suave deslizar sobre el papel, con la brillante estela de color que marcaba su paso. Lo que más le gustaba del colegio era cuando la señorita Remedios repartía las ceras y ella podía abandonarse a su pasión, dejando libre la mente, la inspiración, el alma.

Cierto día, la señorita Remedios empezó a preocuparse por lo que salía de Laurita cuando ésta se rendía al irresistible poder de las ceras y el espacio en blanco. En las cuartillas se repetía irremediablemente una silueta oscura, amenazante, grande y con las manos largas. A sus pies había manchas rojas rodeando a una figura tendida en posición fetal. Y en la esquina, como escondida entre grises trazos de sombra, otra figura más pequeña que las anteriores y cubierta con una constelación de lágrimas celestes.

Al parecer la señorita Remedios habló con don Pedro, el director, y éste hizo venir al colegio a otros dos señores muy simpáticos que se pasaron todo el día jugando con Laurita a las preguntas y a dibujar con los lápices de cera. Después de eso tuvo que abandonar el colegio, su casa y su vida, por algo relacionado con la oscura silueta de sus dibujos.

Para Laurita comenzó entonces una época feliz. Vivía con su mamá en una casa nueva, pequeña pero acogedora, y como no tenía que ir al colegio se pasaba horas y horas pintando. La silueta negra huyó del papel, espantada por flores rojas, casas verdes, vacas violeta, pájaros rosa, coches naranja, mamás marrones, niñas amarillas…

Con el tiempo volvió al colegio, un nuevo colegio con compañeros diferentes y una profesora distinta. De nuevo se le hacían largas las horas entre su llegada a clase y esos momentos finales en los que doña Silvia repartía los utensilios de dibujo para que los niños terminaran la jornada relajados. Entonces Laurita se fundía con la fresca suavidad de los lápices de cera, se desparramaba sobre el papel en forma de dibujos cada vez más elaborados y bellos, sorprendentes para una niña de su edad.

Doña Silvia empezó entonces a interesarse por los dibujos de Laurita. En su pasado hubo trazos de pintora, y aunque nunca llegó a dominar el arte, sin duda aprendió a distinguirlo y apreciarlo. Solía pasarse por su pupitre y hacía comentarios acerca de esto o aquello, e incluso alargaba las clases de expresión artística para que Laurita se soltara.

Un día doña Silvia le preguntó por una extraña sombra oscura que había empezado a aparecer en los dibujos. Se la veía siempre escondida detrás de algo, un árbol, una esquina, una valla. Tenía una extraña sonrisa blanca pintada en la cara, y las manos grandes, con los dedos largos y afilados. En esta ocasión Laurita no se atrevió a decir nada y, no mucho tiempo después, tuvo que cambiar de nuevo de colegio, de casa, de vida… y hasta de mamá.






Publicado originalmente en la revista “Punto cultural”



4 comentarios:

Pedro Moscatel dijo...

Muy bien escrito, se mete en las tripas y se queda allí.
Un placer volver a leerte, compañero.

Manuel Mije dijo...

Muchas gracias, Pedro. Y ahora a ver si nos mantenemos en la brecha como se debe. ;)

L. G. Morgan dijo...

Dios mío, qué miedo, ¡¡¡ha vueeelto!!!
XDD
Me alegra leerte again. Un relato redondo.

Manuel Mije dijo...

Y a mí me alegra tenerte por aquí, Morgan. En fin, a ver si esta estapa dura de verdad y se pueden hacer cosillas interesantes.

Un abrazo.

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